Esta novela la escribí en Lagos de Moreno, Jalisco, Patrimonio Cultural de la Nación, la Atenas de América, me dijo Dante Medina. ¿Lagos de Moreno, vi en el mapa de Méjico, y no hay agua? Raros son los mejicanos, y no nomás Dante, como yo pensaba, por eso, según André Breton, intentaron el Suprarrealismo. Todo es asombroso en esta novela: Lagos de Moreno, su casi doble Lille, Francia, y las cinco ciudades fantásticas que, en miniatura, conviven con esa ciudad de cuesta-arriba y cuesta-abajo: Arriba, el Calvario en la Colina de la Calavera; Abajo, el río con su majestuosos puente, Patrimonio de la Humanidad. Como la narración sucede en este Pueblo Mágico, está poblada de seres imaginarios y de personajes de Lagos que parecen de ficción. Imaginario y fantasía, ciudadanos reales y personajes fantásticos, se topan en las calles de esta ciudad, ciñendose a la original y estricta lógica del más emblemático de sus patriarcas, el más increíble, el más original, el más ingenioso, el pícaro involuntario, Don Diego Romero, El Alcalde de Lagos, digno maestro de Samuel Beckett. Entre la ironía, el juego, el humor, la broma, las astucias del lenguaje, las invenciones estrafalarias, y el desenfado, deambulan las anécdotas de esta novela por las calles de Lagos de Moreno, lugar por donde pasaba un río... y el lector también.