Vestigio de las olas nace de un trabajo de años, no sólo de escritura, sino de vivir las experiencias que pueblan el poemario. Sólo con el tiempo se escriben los libros: primero se escriben en nuestras vidas; posteriormente, en la memoria, y, sólo después, en la palabra.
¿Qué historia puede abrir el encuentro con una mujer que parece haber “surgido en este instante”? Quizá se necesitará de algún conjuro, unas palabras construidas en un “misterioso gramadelirio” para acercarse a ella, para lograr que nos permita dejar atrás la fantasía, “destruir el templo de su ausencia” para sustituirlo por la mujer de carne y hueso.
Escribiendo Vestigio de las olas supe que la lluvia puede indicar un destino —“El agua te lo dice: / que nos quiere a los dos bajo la lluvia”—, aunque incumplido, y no por eso deja de ser destino: porque se marchan las personas, pero no su recuerdo; se va el amor, pero no sus sombras.
Quizá todo amor, así como toda vida, esté destinado a morir. Entonces su existencia no puede ser sino la “Historia de un naufragio.” Pero si una estrella fugaz se extingue, es sólo porque tuvo luz; si un barco naufraga, sólo puede ser porque abrió las velas. Por tanto, vivir y experimentar el amor es “como si surcara el cielo de la mar / un barco fugaz al que ya no le asusta / que algún día se consuma su madera.” Y cuando ese día llegue, sólo quedará un vestigio que las olas arrojarán sobre la arena, como un vestigio es este libro.
Héctor Cisneros Vázquez