La violencia tiene muchas formas de manifestarse cuando el hombre olvida los principios escenciales del humanismo. En nuestro país se ha convertido en industria el delito constante: asalto a bancos, al transporte urbano y foráneo, y a los individuos. A esta serie de delitos se agrega, desde hace ya algún tiempo, el secuestro. Este crimen ataca no sólo a la víctima del mismo, sino también al corazón de su familia. La privación de la libertad de una persona hombre, mujer, niño o anciano, desvalida ante su victimario, provoca terror y pánico entre sus allegados, y un dolor que se va acrecentandoa medida que pasa el tiempo. La desesperación se apodera de los familiares: con las fugaces llamadas telefónicas, llenas de gritos y amenazas por parte de los secuestradores y, súplicas, por parte de la víctima que invoca apoyo desesperadamente; con la incertidumbre que provoca la probable muerte del secuestrado, ya sea que se pague o no el rescate; y, por último, con la posible tortura y mutilación que puede sufrir el afectado... El secuestro es, para el que lo sufre o sus familiares, una vivencia extrema que los lleva al límite de su capacidad de sobrevivir.
Rebeca Calderón