Cuquío y Ocotoxpan son el escenario de las narraciones en que se desborda la imaginería.
En Cuquío, la comida del guajolote se vuelve el pretexto para que concurran sonidos, olores, voces, músicas, oídos, envidias y amoríos, de un pueblo que se muestra a si mismo con sus mejores galas, que se perfuma y se pone la ropa dominguera para ir a la comelitona, para participar en aquel evento que en poco tiempo traspasó las fronteras del pueblo y empezó a alcanzar tintes místicos, ritualísticos y orgiásticos.
Ocotoxpan, escenario de otra historia, por él deslizan rezos, la hipocresía y las intenciones de la beata doña Clementina de la Mora y Estévez, quien pretende la canonización del vicario don José María Dolores Mártir, quien, a la vez, por su cuenta y su propio peculio, se mandó hacer una pintura al óleo, cuando este saludaba a su Santidad el Papa, en la primera visita que hiciera a México.