Resultado de extensas conversaciones sostenidas durante años, esta experiencia de vida es una especie de doble testimonio. Por un lado, el de la paciente sabiduría de Magdalena Ferreiro que organizó, con visión antropológica y desde perspectivas personales, un diálogo del que solo se publican las respuestas del poeta y narrador uruguayo- mexicano Saúl Ibargoyen. Y por otro, las respuestas mismas, no presentadas como tales, que parecen sugerir un continuo de sucesos que habrá de sorprender no pocas veces al posible lector. Estamos frente a la corroboración de que —en estos tiempos de discutidas premiaciones artísticas y agudizados riesgos sociales— se vuelve necesario asentar que el trabajo del intelectual libre, en cuanto ser histórico que respira el aire de todos, debe insertarse creativamente en los movidos cauces de la Historia. Esto se nos ofrece aquí, pero también una comprobación de que nada de lo humano en lo social, lo político, lo creativo, lo familiar, lo amistoso, lo amoroso, lo subjetivo, lo cultural, lo religioso, lo deportivo, queda fuera de los intereses vitales del poeta, si bien él mismo se ha ocupado de señalar sus límites inevitables.