¿A dónde va quien se está yendo? ¿Hacia qué raíces profundas? ¿Hacia qué origen perdido? Somos, en las letras dolidas de Salomón Amkie, ruinas habitadas por una memoria indescifrable; espacio perdido en laberínticos ayeres. Nadie escucha ya. Nadie recuerda las palabras ni el eco que nos protegía de la incertidumbre. Sin embargo resta una huella, un vestigio quizás ensombrecido. El inasible aliento que arrulla a los desesperados. Que cobija y exige. Indescifrable ritual que nos mantiene unidos. Palabras que rodean un silencio anterior a cualquier verbo. Un silencio que vuelve al poeta cómplice de la Creación. No hay forma de mirar hacia otro lado. Cada hora de cada día somos responsables. El cuerpo fluye en un río indiferenciado donde no somos sino soledad de un tiempo eterno. Estamos juntos pero yéndonos. Los versos de Salomón llevan al centro del desasosiego. Voces que son herencia a la vez dolida y tibia. Centro de un tú indescifrable sin el cual el yo no encuentra su palabra. Las paredes son grietas de otras vidas tatuadas en la propia. Dibujo de cenizas en la piel. ¿Existe acaso algún sonido?
Estarse yendo no es respuesta sino pregunta que vuelve siempre al primer latido de la sangre compartida.