Nuestra vida se desenvuelve entre la añoranza por lo que recordamos con nostalgia y la expectativa, a veces desconcertada, ante el devenir. El presente, instantáneo, nos arroja a la cara realidades que atizan esa nostalgia y parecen justificar nuestro desconcierto. Lucas Hernández nos contagia la querencia del anticuario que todos llevamos dentro. Recrea los ambientes conocidos, entrañables y seguros de la infancia, y nos lleva a recordar y revivir los propios amores de juventud, el desencuentro o la imposibilidad del amor. Sus cuentos más oníricos abren la puerta del suspenso lejos de los finales fáciles; por el contrario, nos dejan colgados en la frontera de lo real, lo fantástico, el sueño o el efecto de las drogas. El autor pone sobre la mesa el surrealismo intrínseco a nuestra cultura que a no pocos artistas, escritores y directores extranjeros ha maravillado. La caracterización de sus personajes y sus nombres nos arrancan la sonrisa y comprueban que la nuestra es una forma de ser en el mundo capaz de amalgamar simultáneamente pasado, presente y futuro en medio de la tradición, las ocurrencias hilarantes, el pensamiento fantástico y la tecnología del primer mundo. Como lucidamente señala, conviviendo con nuestra tradición, nos han alcanzado la obsesión por la imagen, por vivir la realidad de manera vicaria a través de la cámara de un celular y la compulsión por los selfies en una carrera al precipicio por conseguir más likes.
Por ello, además de "anticuario", Lucas Hernández es a la vez un "boticario" crítico con un gran sentido del humor negro.
Alejandra Junco