La divulgación científica es una de las artes más raras y difíciles. A veces prefiere la reseña oficialista de logros institucionales en índices somníferos de investigaciones sin contexto. Otras no atina a elevar su estilo a la exigencia de los conocimientos que propone divulgar. Cuando el divulgador logra transmitir la dificultad y el valor del material científico con una prosa clara y aún divertida, el lector puede estar seguro de hallarse ante un caso excepcional y agradecible. Tal es el caso de Los derechos de los malos y la angustia de Kepler. Como ya lo había hecho en La ciencia, la calle y otras mentiras, Luis González de Alba vuelve en este libro a sus obsesiones más queridas: la posibilidad o imposibilidad del conocimiento, las nuevas sorpresas que ofrecen los estudios de la materia, el debate sobre el espacio y el tiempo, los nervios de Richard Feinman, la Divina Comedia de Newton, la Sinfonía de Gödell y la angustia de Kepler. Y como acostumbra, González de Alba no se limita a los terrenos seguros por los que tradicionalmente incursiona la divulgación científica, sino que aborda, con la misma lucidez y con renovado encono, los derechos de quienes no comparten las ideas morales dominantes. Los derechos de los malos y la angustia de Kepler es una consideración en profundidad de nuestro tiempo finisecular, hecha con desesperación e inteligencia.