En, La pasión por las moscas, van apareciendo varios personajes, uno de ellos es la Ciudad que se revela como un ente vivo, que se traga a las personas que deambulan por sus arterias, pocos se salvan de este demiurgo llamado Megalópolis.
Los personajes de estas mini-ficciones son seres desamparados, que sobreviven al mundo posmoderno del consumo, marginados que como la Celestina, El Quijote, Sancho, El Lazarillo de Tornes o nuestro Periquillo Sarmiento, meditan, intervienen, toman la palabra, recuerdan y viven del otro lado, en la otredad negada.
Sergio García nos propone mirar la ciudad de otro modo, desde la profundidad de lo negado, desde abajo y la horizontalidad que da andar a pie. Es un recorrido desde la periferia al centro, desde el pensamiento lateral para intentar llegar a la esencia del ser que está siendo. Son sombras que se mueven en lo sórdido y nos van desvelando el laberinto urbano.
El autor es un narrador que nos sorprende con el manejo de la mini-ficción, el cuento breve y la narración de más largo aliento, haciendo uso de la epifanía, lo alegórico y la condensación propia de los cuentos modernos y posmodernos, con finales ausentes, poéticos, surrealistas, donde el lector es una pieza importante en la construcción de la narración.
La pasión por las moscas es una provocación que invita a cruzar el pantano y manchar el plumaje de las aves torcaces del paraíso y aventurarse en otros paraísos, en aquellos donde Job pierde todo y le reclama a Dios el desamparo en que lo ha dejado. Invito a leer el libro en general, pero poner especial atención en los cuentos de Bodoque, Li Po y Quique, Paquita y la maleta café, son hallazgos de buena literatura perdurable.