Libro inédito en español, Epicuro es la última obra concluida de uno de los principales mitólogos helenistas del siglo XX. Walter F. Otto, en este pequeño libro, proyecta lo mejor de su pensamiento deslumbrándonos con la increíble potencia narrativa que lo caracteriza. Es un libro extraordinario por varias razones, pero la más importante es que se aventura a maridar dos posturas que se cree son irreconciliables: el materialismo más puro con la absoluta certeza en la existencia de los dioses. Y para ello recurre a uno de los filósofos más importantes y peor comprendidos del tardo pensamiento griego: Epicuro. Otto arremete, con una economía expresiva portentosa, contra el cúmulo inveterado de clichés que se han esparcido a lo largo de los siglos sobre el ateismo y el hedonismo epicúreo. La postura filosófica que proclama el máximo placer como fin supremo de la vida, es iluminada por Otto a partir de una exégesis detallada de los fragmentos del propio Epicuro, y de las noticias que nos legaron otros grandes pensadores, como es el caso de Lucrecio en su De rerum natura. El placer nada tiene que ver con una escalada libertina, por el contrario, se lo relaciona con la ausencia de dolor; y por lo mismo lo que se busca es la bienaventuranza y la serenidad. De igual forma, el materialismo epicúreo desemboca en una visión divina de la existencia: recordemos que los dioses están hechos de los átomos más sutiles que puedan existir. Otto parte de una premisa indispensable: la libertad sólo es posible si estamos acompañados por los dioses, ya que nos alejan de la estupidez humana y nos acercan a su esfera, que es pura luz y libertad. Mejor escuchémosle: “El culto epicúreo es la religión del hombre superior. Este hombre es capaz de soportar el hecho de que todo acontecer terreno no les concierne a los dioses. Ésta es la más pura esencia de las devociones porque en la ausencia de los dioses se maximiza la fe. Finalmente el materialismo radical, lejos de cuestionar la creencia epicúrea, la protegió de las esperanzas, deseos y temores humanos que sólo podían turbar la grandiosa imagen de los dioses”.