Los poemas de Anna Kullick acarician de una manera particular y diferente a las personas. Algunos nos seducen de inmediato, sin recatos ni trámites, y otros se estremecen al descubrirse en un espejo implacable. Tema bastante controvertido, sin duda, pero no podemos resistir a la hermosura de sus versos que, sin disimulos, aterrizan en los brazos cómplices del lector. Ella y todo el mundo son sus personajes y, de alguna manera, todos estamos escondidos en algún verso de Anna contemplando un atardecer.
Su maravillosa sensualidad recorre misteriosos parajes que se repiten con la perseverancia de las primaveras y su pluma fascinante navega por la vida cuando todavía es una gran esperanza enmarañada en un erotismo culposo y ardiente.
Mario Torres Dujisin