Brevedad, suspenso y un final insólito son los recursos clásicos a los que Ernesto Sánchez Pineda acude para construir los cuentos de La vaca de muchos colores. Éstos y otros de sus relatos aún inéditos transcurren en una geografía imaginaria que, a pesar de su carácter anónimo, encuentra una delimitación clara de sus fronteras en la marginalidad y la sordidez pero al mismo tiempo en la familiaridad y la cotidianidad de sus espacios. Habitantes de ese mundo desolador, los personajes de Sánchez Pineda se encuentran tocados por la crueldad y sus cuentos no son sino la captura del instante en que esa crueldad se revela como algo inevitable, ya sea porque las circunstancias los conducen a ella, ya sea porque descubren que ésta siempre ha estado ahí.
En los relatos de La vaca de muchos colores hay algo que permanece oculto y no llega a mostrarse del todo porque se trata de lo indecible, de lo terrible, de lo ominoso. Pero, más aun, se trata de lo ominoso que emerge con un fulgor especialmente oscuro porque lo hace desde lo cotidiano, porque lo hace desde una normalidad que se rompe de súbito despertando el horror y porque lo hace, además, para conducir al fracaso de una tibia felicidad o para asegurar el éxito del mal.
En la narrativa de Sánchez Pineda parece haber un fatal comercio entre lo anhelado y lo real, entre el deseo y la maldad. Se trata de un mundo donde los empeños más sencillos, donde las más humildes expectativas se ven traicionadas por la realidad. En uno de los cuentos, un personaje atraviesa un terreno baldío que ha caminado muchas veces, sin embargo, esa tarde presta atención a las plantas y a los pequeños animales que hasta ese momento no había mirado, descubriendo un pequeño paraíso que al final del relato le será arrebatado por la colocación de un sencillo anuncio; en otro, un niño que se ha portado mal en la iglesia en compañía de su madre regresa a casa para recibir una golpiza desproporcionada de parte su padre, cuando ésta ha terminado, el padre le pregunta si ha aprendido la lección, y el niño responde que sí por miedo a más golpes “pero en realidad no sabía ni qué pedo había pasado”.
Asistimos a la construcción de un universo injusto donde la felicidad parece imposible a menos que esté tocada por el mal. En La vaca de muchos colores las recompensas están reservadas únicamente para los perversos o para quienes viven engañados; los criminales y los locos que desfilan por estas páginas son los únicos que, de una u otra manera, ven cumplidos sus deseos. Se trata, pues, de un mundo imaginario donde triunfa la violencia y la enajenación, donde la verdad es sinónimo de decepción y de fracaso, un mundo imaginario idéntico al real.