Dejar una huella, un signo, alguna señal, o al menos la ruta de nuestro efímero paso sobre la arena del mundo al caminar, con el corazón descalzo y las manos llenas de guijarros, fragmentos de infancia y pedazos de mar es labor de quien nos posterga, oficio del recordador que guarda lascas de vida en el bolsillo izquierdo de la sangre, para luego tatuar co ellas las insaciables paredes de la memoria. Un grito que no se extinga. Testamento de sueños que apresa lo ya ido y crece en el silencio de la pagina :forma de olvido.
Escrito con una poesía de tono conversacional, intertextual, fragmentaria y confesional – cercana por momentos al pastiche y al guión cinematográfico- este libro es un largo soliloquio lírico, en el que Ismael Serna se muestra como lúcido peatón que deambula por el filo agudo de la Frontera Norte, vaga eróticamente ebrio en la honda carne azul de la amada, para luego transmutarse en el niño que jugaba en el patio de la abuela. Este franco poema existencial -quizá el más persona del autor- es un diálogo poético con las sombras de los seres amados, un armario de tribulaciones que guarda intactos los fantasmas, esperanzas, dolores y temores nuestros, los de la vida, del amor y la muerte. Puertas que pueden cerrarse.
Balam Rodrigo