Con enorme sutileza pero con una prosa certera, sintética, Eduardo Cerdán habla de lo que no se habla. Mujeres abusadas cuyos hombres ni siquiera se enteran, chapuzones en pozas secretas, prójimos a los que no deberías desear pero deseas, accidentes que no deberías ver pero presencias, mundos donde lo insólito irrumpe y vuelve imposible distinguir lo vivo y lo muerto.
Que nadie espere que las «lecciones» aquí mostradas le otorguen un sublime aprendizaje moral; que nadie anhele que el niño especial, por serlo, sea bueno. Quien lea este libro estará más cerca de la tradición del cuento cruel de Villiers de L’Isle Adam, Francisco Tario o Patricia Highsmith que de la experiencia edificante que es o puede ser todo menos verdadera literatura.
Por aquí deambulan pasos en falso, difuntos que no hallan su lugar, mujeres paranoicas que se asoman a la ventana sin cesar porque están seguras de que alguien quiere hacerles mal. Marginados, réprobos, adolescentes arrebatados a una vida que no pudo ser a causa de la miseria y la violencia.
Nada aquí es amable, domesticable, predecible. Porque el atento oído de su autor lo hace escuchar la voz de nuestra naturaleza más oscura. No por nada uno de los cuentos está dedicado a Freud. Porque no es fácil, aunque el inconsciente exista, saber lo que hay en él y, por lo tanto, entender de qué estamos hechos. Quizá a través de estos inquietantes cuentos podamos tener un atisbo.
Rosa Beltrán
En su nuevo libro, Eduardo Cedán hace repostería literaria con una habilidad natural y poco común en autores de su edad; como una empanada cuya cubierta nos remite a un sabor familiar, pero al probar el relleno nos sacude el paladar con un ingrediente desconocido, tanto
que nuestro cerero, unos segundos de retraso en relación con nuestros sentidos, tarda en procesarlo. Con una maestría para narrar desde los puntos de vista más inocuos (en apariencia), que observan en silencio los detalles más precisos, imporantes y brutales de las historias, Eduardo Cerdán nos regala esta delicatessen de letras que no nos podemos perder.
Liliana Blum