Durante siglos, el sexo sin amor fue una de las mayores prohibiciones para la mujer. Por fortuna, el mundo en que vivimos ha cambiado y la protagonista de esta historia lo demuestra, con un ágil relato en el que deja claro que no hay edad para ser libres, para gozar de la sexualidad, de «lo prohibido», de los encuentros casuales y, sobre todo, para romper con estigmas tan instaurados como equívocos.
Damián Comas
Arrojarse al mar de la narrativa no es tarea fácil; más bien es una tarea muy difícil, espinosa, complicada, pero Arcelia Ayup Silveti lo ha hecho con certeza y pulcritud ejemplares.
¿Por qué? Porque describir el mar emocional, la sensibilidad a flor de piel, con sinceridad granítica es tarea ardua, nada qué ver con el facilismo narrativo, nada qué ver con la gratuidad o con la improvisación (que Alfonso Reyes encomia, pero que, por supuesto, hay que echarle el descuento):
Goza Dos vidas de voluntad estilística y, sobre todo, de un ademán de relatoría insobornable: «Pablo se desenvuelve mucho mejor de lo que pensé.
Me pide en voz baja que me mantenga en absoluto silencio y conteste cuando él me lo pida.
Así lo hago. Me doy cuenta de los tropezones que quería hacer al emitir juicios y opiniones a pesar de desconocer el asunto por completo».
Esta sinceridad permea e irriga todos los capilares de la novela y confirma a su autora como una gran descriptora de una realidad dolorosa, lancinante, pero justa y certera.
Arcelia Ayup recorre el osciloscopio afectivo de sus personajes y consigue lo más importante: que el lector sea empático, que el lector simpatice con la novela porque, de cualquier modo, hay una vibración sentimental, afectiva, que no se puede impostar, que fluye de manera natural.
Por todo esto: bienvenida, Dos vidas (Praxis, septiembre de 2020) (que, por su respiración, pueden ser tres o cuatro) de Arcelia Ayup Silveti. ¡Olé!
Gilberto Prado Galán