Ciudad de México. Primeros años del siglo XXI. Luis Enrique Escamilla se ha convertido en un escritor de pasquines novelísticos de éxito rotundo. Gracias a su talento e intuición, ha descubierto el mejor modo de poner la literatura al servicio de más oprobiosos intereses mercantiles. Pero un buen día recibe un telegrama que le anuncia la premiación de un libro suyo de poesía que escribió en su juventud, y que consideraba absolutamente olvidado: Banquete de gusanos; tan olvidado, que él ni siquiera conserva un ejemplar. Este acontecimiento lo obliga a revisar lo que ha sido su vida y a reprobar el largo rosario de concesiones que ha significado su trabajo literario. La relectura de ese libro -ante la madre/monstruo, ante la tumba del padre, ante el cuadro bestial representado por el amigo afin y las prostitutas ocasionales- constituye el tronco de esta obra, en la que Eusebio Ruvalcaba une de forma descarnada la narrativa y la poesía, no en un afán de transitar por un camino para él inexplorado (la poesía como elemento que empuja la acción), sino por el simple cometido, muy característico en su obra, de poner el dedo en la llaga.