David Cienfuegos, escritor y editor, nos ofrece sus recuerdos. Una autobiografía precoz pero pertinente. ¿Qué sabemos de los primeros años de los grandes hombres? Poco, en verdad. Sus relatos autobiográficos son, por lo general, poco abundantes en lo que respecta a los inicios.
Hablamos aquí de una infancia (o de tres, de cien, de ciento y veinte millones) transcurrida en una «Colonia» que es todo un hemisferio. Una niñez laboriosa pero (contra lo que piensen los fundamentalistas del desarrollo) feliz y tan infantil como cualquier otra. Llena de ilusiones, de proyectos que, aunque frustrados, no amargan sino que arrancan resignadas sonrisas en el adulto que recuerda. Todo sin más salario que la diversión, la participación, la conciencia comunal y la utópica visita al balneario de Cuautla. ¡Qué lejos estamos de las grandes jugueteras multinacionales y de anuncios comerciales que imponen la compra de sus productos! ¡Y qué cerca de la felicidad!
Y es que la lectura de las aventuras en Iguala enciende los sentidos. Huele a magia y a sangre, se palpa como cosecha, sabe a agua de río. Viene de nuestro Cienfuegos cosmopolita que, no obstante hallarse lejos de ellos, aún teme a los alacranes: terror, dolor... y alimento, como en China. No en balde hemos dado en llamar a México "el extremo Occidente". Glorias de la periferia. Es el trópico que viaja con uno. Jamás lo entenderá quien no conozca "el sur"
Rafael Estrada Michel, Prólogo