Mauricio Leyva, en esta novela, nos presenta un acertado retrato de la realidad social de nuestro tiempo. La historia nos atrapa y nos introduce en el ambiente de sus personajes. Nos hace vivir y sentir como ellos viven y sienten. Es una historia dramática. Presenta la descomposición social con toda su crueldad. Quizá en otros lugares, en otros países, pudiera atribuirse a la imaginación exagerada del autor. Desgraciadamente, la imaginación del autor aportó muy poco. Fue la realidad de este país la que dictó y condicionó esta novela que se convierte en un testimonio crudo de la vida diaria de México cuya característica esencial, en los inicios del siglo XXI, es la corrupción.
Mauricio Leyva siente lo que escribe y, además, conoce y sabe lo que escribe. Por ser joven, es testigo de los ambientes juveniles y con sensibilidad de poeta y escritor, registra hechos, palabras, frases, paisajes, emociones, pasiones, alegrías y sufrimientos. Esta novela es, además, un enérgico reclamo, un grito de protesta y una manifestación de angustia.
A la corrupción imperante se une la pobreza extrema en que viven la mayoría de los mexicanos. Y a esta pobreza, vergonzante, se añade la inseguridad provocada por las mismas corporaciones policíacas y por las autoridades encargadas de la aplicación de las leyes quienes, amparándose en sus cargos, cometen infinidad de delitos.
Los jóvenes, en el proceso de su formación académica, también son víctimas y, en ocasiones, cómplices en las transgresiones. Las instituciones educativas son un reflejo de la sociedad y producto de la descomposición política que ha contaminado todo su entorno.
Esta novela es escalofriante. Pareciera un relato de terror. Pero no del terror que provocan los diablos y aparecidos, sino del terror que provoca la vida diaria en el México de hoy.
La lectura de esta extraordinaria narración de Mauricio Leyva nos lleva a una pregunta, también, escalofriante: ¿Después de todo esto, qué nos queda?