Huí porque tenía ganas de saltar sobre ti. Quiero, quiero, quiero. El mensaje lo decía todo, al menos para mí. Cinco años no es nada, pensé, sí esta noche estaré contigo. Sí, así lo pensé, así lo repetí, buscando invocar a los hados de mi buena suerte para que estuvieran presentes. Esa buena suerte que me confirmaste aquella noche, cuando soñaba contigo mientras sostenía el auricular que llevaba tu voz a mis deseos: siempre has sido afortunado. No lo valoré en su justa dimensión entonces; pero lo hago ahora, que me doy cuenta de cuan afortunado sigo siendo, ausencia tuya de por medio. Mucho más entendimiento, mucha mayor soledad conforme los últimos años llegan.
Esa tarde, ya lejos de tu presencia, después de grabarme en la mente tus palabras, me detuve a pensar sobre lo que había vivido en escasas horas al recordar tantos ayeres. No hubo mucho tiempo para ello, pero al final lo reconstruí esa noche.
¿Qué tanto es verdad, qué tanto es mentira? Y entonces entendí que eso también lo debía escribir, escribirte a partir de la reconstrucción de tu cuerpo, de tus olores, de tus humedades, de tus sabores, pero también de tus ausencias, que son las más notorias para mi cuerpo urgido, en estos días finales de mi vida. Te reconstruyo, pues, para darte cuerpo y realidad a ti, recuerdo, sonrisa, ironía… pero sobre todo para darme sentido en mis dudas y sobresaltos matutinos, cuando más necesitado estoy de rumbo y de sentir a quien ya no está a mi lado. Por eso, reconstruirte es tan necesario.
Lo dijiste y lo creí letra a letra: algunos hacemos amigas porque van a ser más que amigas. Quizá no somos sólo algunos, pero prefiero matizarlo. Desde hacía mucho tiempo intuía esa explicación, por ello qué bueno que me hiciste sabedor del secreto. Poco a poco lo he explotado en tu persona, acercándome a ti, cercándote, acercándote a mi lado. Había acciones que defendimos con nuestras luces y sombras, y que esas acciones para algunos eran objeto de vituperio; pero, supongo algunos sólo podrían decirlo de dientes para afuera (otros seguro las envidiarían, ¡quién sabe!).
Nuestro cinismo era simplemente constatación de la verdad que vivimos y que se enredó entre esas noches y ayeres que aquí apenas se reflejan y que no quisimos manchar con nuestro propio rechazo. Por eso, vale que estas palabras sean una defensa, pero son, al final del día un relato de dos náufragos, solitarios ambos, que en alguna isla perdida entre las hojas del calendario se encontraron y luego siguieron perdidos... consciente ahora, como pocas veces, de que la ausencia que más duele es la propia.