El cristianismo llegó a México a través de la predicación y por lo tanto a través de la traducción. Para poder propagar la palabra de Dios, los misioneros españoles tuvieron que aprender, con la ayuda de sus discípulos (colaboradores) indígenas, una multitud de idiomas locales. Entre los obstáculos que encontraron estuvieron la falta inicial de textos escritos y la gran diversidad y complejidad de las lenguas indígenas. Más fundamental todavía fue la notable distancia cultural que separaba al mundo indígena de Europa. De ahí nacieron lenguas léxicas que entorpecían la comunicación exacta de la doctrina cristiana. Este estudio examina los esfuerzos por superar ambos tipos de barreras, la cultura y la lingüística, durante el primer siglo y medio del virreinato, con interés especial en las lenguas otomangues de Oaxaca, y sobre todo en el zapoteco. El análisis resalta el papel de las elites indígenas como lingüistas, catequistas y administradores de doctrinas en crear esta nueva forma del cristianismo y darle su propia estampa mesoamericana.