Las memorias de Fuensanta Zertuche son un brinco extendido hacia atrás que, a ratos, nos hace ir un poco más hacia el frente, adelantándonos lo que hará. Tan extendida es su memoria que no inicia el relato con su infancia, sino con los dos orígenes de su vida: su madre y su padre. Nos comparte con gran afecto la nostalgia que siente por La güera Terán, su madre, y con un dejo de niña recrea la difícil relación con su padre Francisco M. Zertuche. Fuensanta es viva, perspicaz, directa y fuerte, de esto nos damos cuenta al leer su historia; también la calidez de un amor genuino por el teatro, por el arte, por disfrutar sin culpas lo que el cuerpo es capaz de hacer. Con una voluntad firme, desde joven descubre lo que le apasiona, descubre esa coquetería que la hace ser dueña de sí misma, dueña del cuerpo que le permite representar personajes, estar en escena. Si hay algo que queda claro en estas memorias, es que más que autobiografía es una carta de amor, amor para su madre y amor a ella misma a través de esa pasión que la hacía completa: el teatro.
Marifer Martínez Quintanilla