Coral Aguirre reconstruye entre generaciones los años 70 en América Latina. El problema que encara no es solo una cuestión de fuentes, sino de mediaciones. La relación de los herederos con la marca política de los coetáneos no es directa ni coherente; los descendientes, no los protagonistas, intentan reconstruir la narración de aquellos años. Su posición en la historia modela la mirada de quienes necesitan dar sentido a los restos de un mito generacional. ¿Quién organiza los materiales?, ¿a qué intereses responde? Estas preguntas avivan el interés del lector, forman parte de relato. Sólo diré que se trata de un proceso de escritura abierto a reinterpretaciones. La autora vuelve a poner en circulación la memoria de una generación de proscritos. Con Los últimos rostros, Aguirre inauguró entre nosotros la novela de la posmemoria.
Roberto Kaput