Vaslav Nijinski tuvo muchos nombres: “Petrushka”, “El fauno”, “El Esclavo dorado”, “Till Eulenspiegel”, “El Espectro de la rosa”, “Albrecht”… Un día fue nombrado “esquizofrénico”. A diferencia de la movilidad de los otros —función tras función de ballet—, este último nombre implicó un destino de inmovilidad y silencio en asilos psiquiátricos. Inmovilidad y silencio que no solamente recayeron sobre la persona de Nijinski, sino también sobre su obra. Más de setenta años se llevó el desciframiento de su escritura de la danza de La siesta de un fauno, así como la reconstrucción de otras dos de sus coreografías. Cada uno de sus ballets es una escritura de la danza. Además de escribir danza en cuerpo y en papel, y de haber legado una obra pictórica que salió plenamente a la luz en 2009, Nijinski escribió un libro muy inquietante, inclasificable que, sin embargo, ha sido calificado como testimonio de un esquizofrénico, o algo que puede leerse como poesía, biografía espiritual o filosofía. Con El dios de la danza, Pola Mejía Reiss propone otra lectura al considerar el libro dentro de la serie de escrituras que Nijinski creó. Recorrer el telón que inevitablemente tiende sobre el cuerpo un diagnóstico de esquizofrenia, ¿podría así leerse la locura de otro modo?