Estamos ante una narradora nata, a quien de pronto se le disparó certeramente su verdadera vocación, para emerger como cuentista original, que anticipa poseer interesante y pródiga imaginación. Con un estilo de respiración ansiosa, de quien tiene mucho que contar, Delfina Careaga logra un relato en el que recrea sus propias experiencias y sueños, revertidos en sus trasfondos más misteriosos y extraños, más profundos, vistos tras emocionada y lúcida rebúsqueda. Así, en una línea no muy frecuente en nuestra literatura, y que la acercaría, en cierto modo, a un Felisberto Hernández —precisamente uno de sus dioses mayores—, restituye, por intuitivos caminos surrealistas, un mundo desordenado, como disociado oníricamente, que ella, con su inteligente afán creador, ilumina y rearma, haciéndonos sentir la presencia de una singular escritora.
Edmundo Valadés