Juan Bañuelos es fundamentalmente un poeta. Su quehacer ha sido renombrar el mundo; escribir una buena porción de cantos que acompañen al hombre en los momentos que le son necesarios; ser la voz de los olvidados, aquellos inválidos para manifestar el amor, la pobreza, el desamparo, el presente, esos que tienen en las manos las líneas imborrables del pasado. A raíz de los acontecimientos sangrientos de 1968, Juan Bañuelos es el fundador de talleres de poesía. En ellos, el chiapaneco depositó poco más que fe y disciplina: respeto, conocimiento y picardía. Al poeta muchos le deben ese impulso vital que se requiere para no desfallecer en el primer o segundo o tercer intento.
En los momentos destemplados que de manera intensa vive nuestro país, salpicado a diario de sangre por la violencia e inseguridad que nubla todo paisaje; en la confusión por sorprendentes actos incestuosos entre partidos políticos que desde siempre habían mostrado antagonismos y ahora desnudan amores apasionados; en la enfática y desmedida pobreza económica que vivimos, la poesía de Juan Bañuelos es una voz intensa, honesta, cuya desolación desconoce sobornos adornados de eufemismos.