“Ningún poema salva”, nos advierte Raúl Carrillo, autor de este poemario cuyo ritmo está marcado por su batalla contra la trivialidad del amor. Ni el poema salva ni la poesía es la música de fondo de lo que está de más; una lección que le devuelve su honestidad a la poesía, a ese monstruo de la palabra que todo lo traiciona. Este poemario más bien se juega su resto en abiertas declaraciones del deseo que son refugios de palabras para recuperar “el ansia / detrás de las puertas”. Por eso arden fantasmas en sus páginas, arde la memoria de un deseo que deja el amor en el suelo. Arde sin ostentación melodramática el flujo del amor, la herida del vacío que somos cuando nos atrevemos a nombrar con franqueza nuestra propia catástrofe. La relación del poema que da título al libro, China Girl, con la música pop se vuelve trágica: la letra de Iggy Pop y David Bowie es el punto de partida para una poética que se autodestruye al leerse, porque la canción es el soundtrack de un mundo que no escapa a otra parte, extenuado ya por el cansancio del recuerdo. Este libro es una encubierta declaración de amor que se niega a sí misma para explotar por dentro a la frivolidad de la palabra amor; una enmascarada esperanza que se llena silenciosamente de ojos, cuerpos y besos, historias de piel que nos dejan al borde del camino: “Porque el amor es vértigo de lo que no somos”. La poética de este libro encuentra su centro en la tempestad del vacío: “Porque la vocación del poema / es darle al silencio una herida de palabras”.
Gustavo Ogarrio