Hay eufonía, penumbras de un raciocinio díscolo a la fría claridad del concepto y emociones íntimas que deambulan en el inicial poemario de Beatriz Saavedra. Ecos de una gruta a veces enigmáticas, espejos de memoria, nos conducen a instantes medulares por las regiones ambiguas de este sueño obscuro que somos. En los pliegues del silencio donde se desnuda la palabra poética nadie sabe ya el nombre, las formas de la llama, el polvo desleal. El idioma se rehace en nuevas fraguas y destila significaciones inéditas hacia un ámbito de revelaciones. Un desfiladero de intemperies, bajo la indecisa luz, nos lo devela como un haz esparcido entre el fulgor de sus señales, a pie de mundo. Desvaríos, simetrías, cauce envolvente de imágenes que, una vez más, inauguran el lenguaje.