La literatura, que por momentos tiene forma de imán devorador, hizo que yo, a partir de 1997, me adentrara en su bosque sin grandes pretensiones de reconocimiento, pero sí dominado por el espíritu de la visibilidad. Desde entonces escribo de forma permanente, asumiendo el oficio no como algo sagrado, sino como una danza que luego me permite una total liberación. ¿Soy? Sólo soy de verdad cuando escribo o intento escribir en las mañanas. Hasta mi cuarto de estudio llega el coro de un silencio en cuyo fondo se extiende la aceptación del azul. Pobre de mí en las tardes, pobre de mí en las noches, porque en esos horarios se engendra la reiteración, la conversión del hombre en cosa. Una razón cardinal me obligó a preparar esta antología: mi padre ¿Por dónde andará mi padre? Poética la voz, anónimo el rostro. Buena señal para agrupar diferentes historias y presentarlas bajo un título donde igual convergen los ecos narrativos de mis libros: El rey de la selva (2002), Posición horizontal (2003) y Porfiadas palabras (2004). A estos tres hay que sumarle El traje que vestí mañana (2005) y un grupo de textos inclasificables que hasta hoy ha preferido mantener inéditos. Vuelvo los ojos y me veo, con asombro natural y tabaco de por medio, escribiendo cuentos, fábulas, relatos, poemas, memorias, testimonios, novelas, ensayos, conferencias, artículos y cartas. Me veo siendo ese hombre que siempre quise ser en las mañanas. Pero lo más fascinante del recuerdo no son mis escritos, sino la transparencia que refleja en mi alma cuando agradece el tiempo que me dedicaron: Virgilio López Lemus, Margarita Mateo, Denia García Ronda, Justo Jorge Padrón, Maximiano Trapero, Teresa Melo, Waldo Leyva, Pedro Péglez, Amaury Pérez, María Teres González. Wendy Guerra, Manuel García Herrera, Patricio Manns, Marcelo Lira, Daniela Rosales Donoso, Marilyn Bobes y Miguel Barnet. Si algunas de estas páginas resultaran fuera de época, pido disculpas anticipadas. Pero recuerdo que, como si se tratara de una batalla casi soterrada, fueron escritas en un periodo histórico concreto, formando parte de un estado anímico donde la explosión de mi yo profundo (un cono de claridad en lo oscuro) me ofreció nítidas señales de supervivencia, aunque a veces sintiera que estaba clamando en el desierto.