Si el poema es el lugar en donde el hombre se encuentra con la poesía, según la conocida frase de Octavio Paz, también y más precisamente es el lugar de encuentro con el poeta, porque el poeta vive en el poema, tanto si lo consideramos en general, como en relación con un autor y una obra particulares. La obra es inseparable de su creador. En el caso de que este sea desconocido se dice que es Dios. He oído reiteradamente que solo interesa la obra en sí, prescindiendo de su autor. No se puede hablar de poesía en abstracto, haciendo a un lado la noción del poeta, puesto que la poesía existe por el poeta. En teología se conoce al Creador por su creación, o sea que la hoja de hierba nos conduce a Dios. Hay unos poemas que se titulan Hojas de hierba. ¿Qué quiso decir Whitman con eso? Ah, pero los que tan acremente defienden la tesis de la poesía sin poeta, ¡sin embargo firman sus obras!
¿Cómo leer a Barba-Jacob sin Barba-Jacob? En el arte está el sello del autor, como en nosotros la marca de Dios. O del diablo, según la procedencia. Porque existe el poeta diabólico, contento de serlo: Lautrèamont, Genet, cien más, todos muy atractivos para los jóvenes. Es natural. El mal también necesita sus poetas y sus artistas. El mal y el bien no son enemigos: son socios. Se colaboran, se sostienen y se estimulan recíprocamente.
El verdadero poeta lucha contra la poesía y hace largos esfuerzos por librarse de ella antes de rendirse. Pero existe también, como en todo, el poeta aficionado; y el que toma la poesía como escape y la convierte en vicio; o el hombre inofensivo y pintoresco que la incorpora a sus manías.