El aforismo tiene su encanto: consiste en la atmósfera controlada de la página, perdigones en la llanura en un poco desencantar. Es demasiado breve para hechizar al oyente o lector y demasiado árido o sentencioso para convertirse en verso; posee la seriedad de un guiño cómplice. El efecto es un desinflamiento. Ciñe, como puede, menos una idea que una paradoja. Son, por norma, bastante rápidos: cataratas, saltos en el microscopio. De trayectoria zigzagueante y equívoca, dejan, a semejanza de las partículas elementales, vaporosa y curvada marca en una superficie humedecida adrede y con cierta antelación: de ahí nuestro título. Sigue siendo un misterio cómo surgen, qué intentan probar, dónde se interrumpen y cuánto tiempo durará su infinitesimal rasgadura.