Frente a la muerte, el lenguaje evidencia su virtud de consuelo y celebración. Ya sea como letanía que devuelve a las palabras su naturaleza de sonido sagrado, de puente entre la vida y la muerte, o como invocación elegíaca que honra el recuerdo de quien fallece, el lenguaje se convierte en bálsamo del lamento y conjuro alegre del recuerdo. Pero si es la lengua misma la que muere, ¿cómo se escribiría su obituario?
Myriam Moscona enuncia la muerte de la lengua inglesa con un conjunto de poemas sobre el deceso de creadores cuya obra fue escrita en este idioma imperial –como Ernest Hemingway, William Carlos Williams, Emily Dickinson, Edgar Allan Poe, Agatha Christie, Leonard Cohen, Dylan Thomas, Elizabeth Bishop y Anne Sexton, entre otros–. Un poema fragmentado (Anatomía clínica) atraviesa la obra en diagonal. Con ello se consigue esbozar una aproximación a la lengua inglesa, tan atractiva como poderosa y dominante. Lejos de la solemnidad fúnebre, la escritura lúdica de la autora indaga en el lenguaje con la curiosidad y el ingenio que la distinguen, para encontrar en las palabras el embrujo de su plasticidad, mientras deja flotando una duda que desconcierta: si el inglés es el idioma más hablado del mundo, lingua franca de las comunicaciones, los negocios o la ciencia, ¿qué tendría que suceder –además de la muerte de sus más excelsos poetas– para que la lengua inglesa desapareciera?