Un joven acólito sufre una extraña enfermedad –o maldición– debido a la cual su cuerpo cobra, lentamente, la textura de una roca; de la mano de una joven japonesa, un turista mexicano visita un pequeño pueblo costero en el que participará de manera inesperada en un rito ancestral; un loro atormenta sin misericordia a un oficinista enamorado. Los personajes de los relatos contenidos en Señales distantes parecen asegurarnos que ahí donde existen los más profundos dolores y obsesiones humanas, se abre una puerta donde tiene lugar lo extraordinario.
Después de la notable recepción de Ausencio, su primera novela, Antonio Vásquez vuelve a sorprendernos con una colección de cuentos en la que además de ofrecer los esbozos de una geografía personal a la manera de Onetti y Faulkner, rinde tributo a una de las más destacadas vertientes de la tradición literaria hispanoamericana: la literatura fantástica. Sin embargo, lo fantástico en los cuentos de Vásquez no se presenta como un puñado de actos mágico-folclóricos, sino como una forma de ver y sentir el mundo, como el hilo mítico que conecta nuestras íntimas muertes y resurrecciones cotidianas con el misterio de la creación: el ciclo del origen de la vida y su inevitable destrucción.
Con la publicación de estos diez cuentos, Antonio Vásquez asegura su lugar en el panorama literario actual. Y en el venidero. Vásquez es un gran observador del comportamiento humano y de su entorno y en Señales distantes vuelve a ofrecernos una exploración de la naturaleza -la de todas las especies, incluida la humana- donde reina la soledad, el vacío, el miedo al abandono, el anhelo del pasado, el rechazo y la falta de amor. Situaciones que transitan entre el sueño y la realidad dejando al lector en el aletargado éxtasis de reflexión sin rumbo que irá revelándose en cada línea hasta concluir en finales inesperados, sorprendentes y redondos, que responden a preguntas no planteadas y explicaciones no pedidas. Su lectura es un acto transformador, Vásquez es, sencillamente, un autor que se necesita leer. Aplaudo y celebro que Almadía lo arrope de nuevo y se convierta en su hogar.
Laura García Arrollo