«El ensayista se entrega a las orillas: no intenta demostrar nada, apenas mostrar. El ensayo es la fuga de la tangente: rozar el globo y huir.»
Criatura híbrida, anfibia, el ensayo literario ha sido definido de muy distintas maneras. Célebremente, Alfonso Reyes lo llamó el centauro de los géneros, por considerarlo el hijo mestizo del arte y de la ciencia. Ortega y Gasset dijo que es la ciencia menos la prueba explícita. Chesterton compara al ensayo con un animal de este mundo: la serpiente. Como estos reptiles, los ensayos son de hábitos ondulantes, sutiles y seductores. Su estado casi líquido les permite penetrar todas las rendijas, morder todos los temas con la más irresponsable curiosidad y, de la misma manera, escapar con la más impune ligereza. Ésta es la taxonomía o el símbolo del ensayo al que apela Jesús Silva-Herzog Márquez. Este libro es una colección de ensayos-serpiente, textos tangenciales, que no quieren demostrar ni concluir nada, sino sugerir y probarlo todo. Paseos y divagaciones ajenos a toda forma de totalidad autoritaria. Así, explorando y huyendo, el ensayista visita los territorios de su antojo: María Zambrano y el ensayo como confesión, Roberto Calasso, Jonathan Swift y la simpatía del misántropo, George Steiner, Rousseau y el arte de la queja, Anne Carson, Pascal y la filosofía del desamparo, Diderot, Christopher Hitchens y el arte de la rivalidad, el asimétrico paralelismo entre Alfonso Reyes y Octavio Paz, y, por supuesto, ese otro centauro que fue Michel de Montaigne.