En Los muchachos, Garrigóz nos recuerda que el yo se confirma en relación con la alteridad y vicerversa ("Fluyo en ti exquisitamente, fuerza hermafrodita"). Que nos describimos para poder comprender a los demás. Que lo observamos con el objetivo de lograr un mejor autoconocimiento.
¿Al final de cuentas qué somos sino individuos que se comparten con otros en una espiral que llamamos vida? Con todo, este poeta nos advierte, como en franco desprecio de la ingenuidad que "Cada cual ama a su modo".
La poesía es nostalgia, como cuando el autor recuerda a otras épocas de su vida, a otros hombres, personas, cuerpos que parecen resignificar su presente: "Luego te fuiste/ y contigo se fue el universo".
La poesía es también prolepsis, augurio: "El día que me ames veremos la cara de un niño en el sol", "Serás la vida de verdad u otra máscara de la nada".
Los muchachos es, ante todo, una celebración del vivir, donde las emociones son las protagonista cotidianas, gracias a las cuales se hacen presentes los olores, los sabores, los recuerdos, los dolores, los deseos, incluso las interrogantes más profundas.
Garrigóz no nos deja con la desesperanzada visión de que el mundo es solo contingencia y abandono, sino que nos regala un soplo de optimismo: "Si bien, entonces al menos ahora sé/ que la respuesta al mundo es el amor... El amor."
Daniel Zetina