Sembrar en la neblina
Del mar, no vengo.
Playas navegadas no recuerdo
carezco del rumor del agua
entre sirenas deshojadas.
Ignoro los toboganes de sal y nácar.
Del humo, no vengo.
Más allá de los ojos del jacal
las manos de las milpas
otras niñeces ruecan
y no me dicen nada.
De una urbe vengo.
Sus fábricas rasgan
el alma de papel de la caña
con rugido hambriento.
Condena sin rúbrica del obrero.
En ella se descarrila Centro América
ciega turba que persigue
la inasible luz de los túneles.
Su ira la apacigua el sereno
que tañe las campanas
mientras alegres niñas
perfuman Santa María, El Carmen,
La Concordia, Los Dolores.
Sus jardines albergan
gallinitas ciegas y obsidianas
vítreo corazón del Citlaltépetl
dormido repertorio de gloxíneas
estrellas pulverizadas…
neblina.
De esa ciudad vengo.
Lilia Ramírez