El defecto más común en los cuentos breves es el de quedarse en la ocurrencia. En su afán por la brevedad se olvidan de trascender su idea original y dejan fuera aquello que puede convertirlos en literatura. Fernando Tamariz evita caer en esa trampa. Sus cuentos en La ternura del matarife, más que breves, son exactos, precisos. Son breves, sí, pero lo suficientemente extensos para ser cuentos, sin importar si son de dos o diez páginas. La brevedad no es un fin, es un medio, una forma. La forma precisa para sus cuentos.
Agrupados en secciones según su parentesco, bucean en lo humano: las pulsiones, las pasiones, las dualidades, la lógica, lo fantástico, la crueldad, la ternura, el engaño, el miedo, la ironía, el humor. El lenguaje. Los narradores. Narra tantas cosas de una manera tan bien condensada, que su libro da la impresión de tener el doble de páginas.
Y sus finales y sus giros inesperados son una maravilla. Con toda justicia podemos colocarlo entre Roal Dahl y Julio Cortázar, sin dudarlo.