Esta nueva propuesta lírica de Orli Guzik asume, desde el inicio, el ineludible riesgo de acudir a estructuras versales breves, entre cinco y tres líneas, que en su mayoría se resuelven por el tradicional haikú. Esta, la más conocida de la lírica nipona, tiene también similitud con la cuarteta china chueh chu y el tercero coreano shijo.
El haikú ha tenido muchos cultivadores en varias lenguas a partir del siglo XIX, por lo tanto, la autora adhiere a una doble tradición: la de Asia oriental y la de la lengua española, en particular de América Latina. Pero aparte del inevitable uso de 5, 7 y 5 sílabas para los tres versos del haikú (puede aceptarse una silaba de más o de menos en alguna línea), Orli Guzik, al apelar a un profuso imaginario de lo vegetal, lo zoológico, lo colorido, lo erótico, a más de ricos datos de la contemplación de los ámbitos naturales, en la captación de un punto en el tiempo real, en el dibujo de un suceso fugaz.
Por supuesto que cada poeta es hijo de la Historia, y opera en función de una determinada sensibilidad social, sin embargo, Orli Guzik ha logrado reactualizar la sensación de fugacidad, cargada de sensualidad vital y no exenta de esa cierta inquietud, que acompaña desde siempre a nuestra especie.