La historia es una fiesta del encantador verbo popular. La fiesta (Cuando bajaron los ratones) es un relato sobre una fiesta de quince años en un barrio de la Ciudad donde abunda la banda entregada a sobrevivir con hedonismo. Con una celeridad verbal, Pterocles Arenarius nos atrapa en las centellas expresivas de quien cuenta que le contaron cómo estuvo la fiesta de “La Tamalito”, hija de “El Matador”. Con la agilidad de quien posee un oído fino para las palabras desmadrosas, cábulas, inventivas, nos adentramos en el relato de un personaje a quien se lo contaron.
El territorio es una visión de la picaresca actual. No hay un héroe o personaje principal, lo que existe es la multitud, la serie, el montón que hace el mitote entre trago y trago, madriza tras madriza, el lector se apasionará con este excepcional relato. La fiesta es la clave de esta magnífica narración, con todo lo que implica de celebración, alegría, placer compartido, gusto por estar ahí participando en la embriaguez, o la música, el baile, la comida, la palabra incontenible, en suma, la vida contada, la vida de los días terrestres, entre rateros, malvivientes, prostitutas, chineros, jóvenes caóticos. Los personajes nos hablan de la existencia gozadora que busca su ración de paraíso. Se cuenta lo que ocurre con todas las personas que sienten la vulnerabilidad y finitud de nuestra presencia en el mundo. Y la fiesta que es una de las cosas primordiales que le da sentido a nuestra vida. La fiesta de los cuerpos fusionados, la fiesta de la palabra que cuenta con gusto lo que ha sucedido, la fiesta de la lectura. Esta narración nos sitúa precisamente en la fiesta de la literatura.
Ángel Hernández Meléndez