Si ya tienes este libro entre tus manos, ábrelo, cómetelo, devóralo, engúllelo. Vaticino que lo soltarás no una, sino muchas veces. Cerrarás este libro, lo alejarás de tus ojos para mirar el mundo que te rodea y constatar que sigues siendo tú, y sobre todo que estás a salvo. Escribir cuentos es arte difícil que no se le da a cualquiera. Cuando un cuento funciona, cuando se logran entretejer todos los hilos de manera armoniosa, el resultado es un espejo del alma del lector.
Nada nos espanta más, nada causa más escozor en nuestra alma, ni más miedo, que vernos de frente a nosotros mismos, desnudos, indefensos, llenos de complejos y solos. Por eso soltarás este libro una y otra vez. Pero recuerda que somos morbosos, ya de menos, curiosos. Seguirás leyendo. Habrá ocasiones que lo sueltes por la sorpresa y el candor que resultan de encontrar un cuerpo hermoso bajo prendas holgadas y feas. Otras veces será la risa la que te haga soltarlo.
La maravilla de encontrar una diversidad generosa de recursos literarios sin otra aspiración que no sea la de contar. Escribir, para los que nacieron para escribir, es una fiesta, la fiesta a la que han sido invitados cada día. Pterocles es un hombre que ha vivido y su experiencia en el ring de la vida la vacía, la vierte sin mesura, pero con sabiduría sobre estos textos. Hay varios tiros, tiros en donde está en juego el alma humana. Cuando sientas los madrazos de la Piratita, sus rencorosos chingadazos y escuches su llanto y la veas con su ojito hinchado, me vas a creer, lector, lo sé. Este libro debería estar en las estanterías más lujosas, reseñado en las revistas literarias más importantes. El tiempo lo pondrá en el lugar que merece. No hay de otra. Así es la vida. Mientras disfrútalo. Gózalo, súfrelo. Si andas buscando libros que tee emocionen, te lo mereces.
Adrián Roman