Encontramos aquí poesía desde la entraña, pero, también, desde la lucidez filosófica-vital que no busca perpetrar verdades sino hermosear, apenas embalsamar (eso sí, lo más bellamente posible) inevitables e inolvidables dolores y pérdidas por todos cognoscibles. Otros cadáveres son apenas dudas. Tal hermoseamiento, por lo general, muy a lo femenino o muy a la mexicana, o muy a lo Estefanía Licea, se logra a través de un lirismo fresco y despierto, lo mismo que a partir de cantar – exhibir– tender diversas alegorías pictóricas e inspiradoras imágenes, todas esbozadas (incluso pese a la bruma) mediante colores brillantes y primorosamente recargados; cuando no (o en su momento también) mediante la apuesta en juego de un lenguaje coloquial, afectivo –humorístico, franco y abierto característico de nuestras nuevas generaciones.
Inevitable es que casi desde el título mismo nos sintamos en una especie de Comala plenamente suspirantes, si bien acá modernizada, actualizada y casi en día de fiesta. Por lo demás, un panteón donde no dominan solamente los dolidos rencores (ya vivos/ ya muertos) de ciertas Susanas Sanjuanes, sino que por doquier se prodigan susurros –murmullos, ya de aún insaciados amantes, ya de diletantes metafísicos desahuciados. Todo ello matizado sí por la voz, sí por las luces, sí por la mirada de un alma que asimismo dulcemente se desgaja (o se siembra... quizá todavía con la esperanza de renacer).
Daniel Olivares Viniegra