"Hay algo siniestro en cocinara para los condenados a muerte", confiesa John Guadalupe Ontuno, protagonista de esta novela donde la pena capital, la sazón, el erotismo y el crimen celebran un maridaje tan perturbador como apatecible. Instalado en los fogones de la prisión de Polunsky, en Texas -capital mundial de ese ojo por ojo disfrazado de justicias que son las ejecuciones-, Ontuno se adentra en el inframundo carcelario como un observador privilegiado de la condición humana -o inhumana, según se vea.
En medio de presos a los que no se les conoce por su nombre sino por su número, a merced del Chief Brown, director del presidio -paradigma del hombre prepotente y despreciable, a quien John Guadalupe sueña secretamente con matar-, los días en Polunsky transcurren en un ambiente de pesadilla diurna. Aquí, la suerte de los trabajadores puede cambiar en cualquier momento, pues en la antesala del infierno incluso un condenado a muerte es capaz de poner en riesgo el destino de los que le sobrevivirán.
Con arrojo y una visió aguda, Karla Zárate nos guía por los despojos de la sociedad y el tormento de los indeseables, pero también por el siempre frágil mundo de los hispanos en Estados Unidos, y por ese falso edén de la sociedad estadounidense, donde el fracaso del american dream se palia con aburridas lecturas de la biblia y con la devoción por los reality shows. La muerte, como deja claro la autora, es todo menos un espectáculo entretenido. Aunque los verdugos se empeñen en superar los índices de audencia en cada ejecución.
Bernardo Esquinca