En los ensayos de Ciudades aprehendidas y otros apegos se impobe la travesía de un doble testimonio: el íntimo, derivado de la ansiedad y el anhelo de cuerpos e imaginación; así como el social, un entorno subvertido a causa de la violencia extrema que exhibe la urgencia de conjurarla. Dicha dualidad recorre calles, infancia, pasado reciente e histórico; no porque las ensoñaciones hayan dejado de impulsar al caminante solitario, o la máquina falle en conducirlo, sino que por imperio del Espíritu –ese que a decir de Valéry produce y consume toda la literatura– la reflexión se vuelve una y múltiple. Por ello, la ironía provoca la suspicacia, la complicidad –y, claro, hace sonreír–; la poesía lejos de atenuar una tragedia difuminando el grotesco, humaniza su dimensión; el tono coloquial se ocupa de los asuntos elevados; el sesudo, de las pequeñas cosas.
Los jóvenes autores de este volumen se distinguen –sin distanciarse– merced a la extensión y modos de sus ensayos, pues lo mismo leemos textos que, en su brevedad, sugieren la belleza y precisión de un bonsái, que la variantes matrioshkas donde las diversas digresiones ya no eluden: amplían el sentido, o bien divisamos a lo otro, a nosotros mismos, a través de las ventanillas de los road essays. Así, "En Ciudades aprehendidas el ensayo siempre es vital", sentencia el prólogo del libro, "una apuesta que revela intimidad y procura conciencia; un anhelo legítimo: es preciso hablar".