Brad tenía cinco años y nunca había visto el sol. La nieve y el frío se colaban imperiosamente por las rendijas de la cabaña donde siempre había vivido. Esa mañana, un destello intenso de luz iluminó la exquisita blancura que cubría el mundo afuera. Sin dar crédito a lo que veía, salió corriendo de la casa. Para sorpresa de sus padres, Brad se paró de espaldas al sol. Su sombra proyectaba, sobre la nieve, unas piernas infinitamente largas. Sonriendo, estiró los brazos alargando aún más su silueta hasta que logró tocar, al final del camino, las copas de los árboles.
* Esta contraportada corresponde a la edición de 2014. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.