Este texto presenta la historia personal de Martín de Salazar y Villavicencio, alias Garatuza, quien fue juzgado por el Santo Oficio y cuya leyenda ha pervivido por varias centurias. A partir de una mirada enfocada a una experiencia individual, acotada por la narrativa de los documentos inquisitoriales, se esbozaron los diversos escenarios en los que actuó el personaje.
Garatuza, natural de la Puebla de los Ángeles, se lanzó a recorrer enormes distancias usurpando el ministerio del sacerdocio en pueblos, haciendas, estancias y trapiches habitados por indios, ganándose la vida con las limosnas y el cobijo que le dispensaron en sus recorridos. Cuando la situación lo requería, Martín empleó su talento recurriendo a un sinnúmero de argucias para salir airoso de sus propios enredos. Se condujo como un pícaro, de manera tramposa, descarada, astuta, ingeniosa y, sin duda, simpática, optando por el malvivir al apropiarse de una identidad ajena y renunciando a la suya.
Un hombre cuya vida había transcurrido en el espacio urbano de las dos ciudades más importantes del virreinato, se aventuró por los caminos reales de la Nueva España desligándose de sus vínculos familiares, sus redes sociales y los valores de la colectividad donde nació y creció. Garatuza se inventó una vida que lo condujo a la marginalidad, dejando atrás su ciudad, el teatro angelopolitano en donde se había forjado su primigenia identidad. Su habilidad histriónica y sus conocimientos litúrgicos le permitieron sostener la impostura a lo largo de varios años, hasta que el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición se encargó de labrarle otro destino.