El miedo es un animal que jadea en el oído, un cuerpo sin cuerpo cuyo rostro invisible se hincha para tragarse toda certeza. Al elegir, aguijonea desde un punto desconocido, acierta en la carne y momifica. ¿Así nació América, con miedo, con miedo al conquistador torvo, con la visión del vencedor imponiéndose a hombres de indomable y soterrada esperanza? Entonces, ¿qué dice el acta de bautizo de América?, ¿cuál es el término correcto para nombrar a sus habitantes?, ¿latinoamericano, iberoamericano, indoamericano?, porque no hay derecho a llamarse americano.
La meditación sobre el génesis es una brújula que conduce a la raíz cultural; esta afirmación no pretende novedad, sólo busca la gracia de Ariel, porque estas letras representan un diálogo inconcluso e imperfecto entre Ariel y Calibán, un intercambio de pensamientos y emociones, de páramos áridos e históricos en una vitrina de sueños insomnes.
Al pasar por Chile, un pintor joven, de aspecto enjuto y sueños claros me dijo su máximo deseo: conocer el DF (hoy CDMX), todo por Los detectives salvajes, además, me preguntó si en verdad era posible una ciudad como la descrita por Bolaño. Y al volar sobre el desierto de Atacama mi compañera de asiento –una chilena– confesó haberse venido a vivir a México por la lectura de esta novela; fue entonces que entendí el poder de la literatura y su papel en la vida de los hombres.
Jorge Arturo Reyes