Cuando en 2017 hicimos la primera antología de relato noir aguascalentense, Aquí comienza la sangre, no imaginamos las repercusiones que tendría. Tengo constancia de que se ha leído en el noreste, el centro y el centro-occidente del país. También sé que ha gustado mucho. Sí, era un ejercicio de taller, y, sí, se incluyeron narradores/as que nunca habían publicado antes, pero eso le dio un valor agregado para los lectores: la novedad de estar leyendo cuentos de muy buena factura, producidos en dos días, en un estado que no suele ser reconocido por su prosa, sino por su poesía.
La calidad de los relatos de aquel año fue sorprendente para propios y extraños, pero sobre todo para los mismos autores. Porque recuerdo que había algunos/as que dudaban de sus habilidades para escribir cuentos criminales y, una vez impresos y leídos, confirmaron lo que todos habíamos sentido en el taller: que su calidad era alta, pero sobre todo que su imaginación era impresionante. Lo que ofrecimos entonces fue un catálogo, no sólo de obsesiones librescas, sino de voces a las que se debía de atender, muchas de ellas debutantes.