¿Por qué el alcohol y la música subliman el horror de la vida en arrebatos de gozo, en esperanza, obstinación u olvido?, se pregunta Nazul Aramayo instalado en la lucidez místico- etílica, y al beber con pasión y sacralizar el alcohol, nos acerca al viejo compañero de borrachera, Andreas Kartak en la Leyenda del Santo Bebedor de Joseph Roth. Pero menos blablablá y más glugluglú, dirá el sediento lector que precopeó y se puso a tono con los escritos previos de Nazul, la novela Eros díler y los cuentos de La Monalilia y sus estrellas colombianas, libros sumergidos en droga y trago durante la hora feliz, en los que uno se entera de dos cosas: que la mano literaria del autor prepara cocteles explosivos. Y que la cantina es el último refugio en las ciudades como Torreón, donde la maquila, el desempleo o la migración son las opciones de futuro al terminar de estudiar.
Este libro de crónicas cantineras se abre como sagradas escrituras para los parroquianos del mundo dedicados al fino arte del brindis, así como guía de turismo espirituoso para forasteros como uno, porque el lenguaje universal de los hombres es el de la botella, escribe Aramayo, quien confiesa que no ha encontrado religión superior al alcoholismo, porque le atribuye al alcohol el poder de unir lo que las religiones separan. Para leer y beber con una pasión demoníaca.