"Lo más profundo está en la piel", dijo Valery, y la vida nos obliga a refrendarlo. Los fragmentos que componen este libro, es un conjunto que va de lo superfluo a lo cotidiano sin evadir lo ridículo, buscan un diálogo con consciente con la frivolidad –palabra proscrita–, hermana bastarda de la ligereza que recomendaba Calvino. "No soporto las mermeladas, la conciencia de clase y las telenovelas mexicanas. Soy cursi, periférica; me gusta que me pongan nombres en la cama" escribe Brenda Ríos y algo nos incita a creerle. Más que un confesionario, estos textos mínimos son la bitácora de una estudiante de sí misma, amazona apasionada obsesionada con sus misterios.
Pero la piel está cargada de símbolos, señales dispersas, continuos cataclismos. Estas canciones celebran la carne a partir de los milagros que despliegan los azares cotidianos.
Gustave Flaubert fantaseó con escribir una obra sobre nada, el sueño absoluto; un gesto sigiloso inscrito sobre la superficie.
Este libro, sin mayores aspivamientos, ensaya esa mítica epopeya.
Rafael Toriz