Las crónicas surgieron así, casi sin querer, en los años noventa. Llegaban con su paso de nube y se instalaban en la limpia extensión de la hoja en blanco. Aparecían de pronto con sus colores bien definidos, sus sabores, su olor, su música, haciéndome sentir privilegiado. Ellas me ayudaron a entender el amor irracional, como deben ser los amores que tengo por Colima. Siempre quise cantarle a Colima y su gente, sus árboles, sus ríos, a estas calles que un día son y al siguiente se las lleva el terremoto.
* Esta contraportada corresponde a la edición de 2003. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.