Corre el año 1965. La bomba atómica no cayó sobre Hiroshima y Nagasaki, sino sobre Londres, con lo cual el Gran Reich Alemán ganó la guerra. La ideología nazi se ha expandido por todo el planeta, ahora dividido en dos grandes esferas del poder, una occidental y alemana, el Magno Imperio Germánico, y la otra oriental y japonesa, la Magna Iapónica. La URSS ha capitulado, y también los ahora conocidos como «Estados Vasallos Unidos de América». El juicio internacional por crímenes de guerra no tuvo lugar en Núremberg sino en Toledo, donde 34 estadistas del eje de los Aliados fueron condenados a garrote vil. Todos los judíos han sido exterminados, por supuesto, pero aún quedan «infrahumanos» (hombres y mujeres de las regiones del Este europeo). Es en esta tesitura en la que Hitler, «Adolfo Magno», muere de viejo en su lecho y la Magna Iapónica ataca a sus aliados germánicos con dos bombas atómicas.
En mitad de este caos generalizado, Albin Totila Höllrieg, especialista en giromancia y «asesor existencial en el modo de vida nórdico» -y pervertido sexual de noche-, recorrerá, por encargo del partido, todo el Imperio en misión «sanadora», mientras una imparable ola de suicidios recorre el Reich. Mezcla inclasificable y delirante sátira, Si el Führer supiera, escrita en 1966 y deudora de la cultura pop de la época, es una descabellada «novela de carretera» que hará las delicias de los lectores.